En la antigüedad, los sueños eran de naturaleza divina, e incluso personas tan escépticas e ilustradas como Cicerón, Sócrates, Jenofonte, Aristóteles y Sófocles creyeron en su capacidad reveladora.
El oráculo de Anfiarao, a unos 50 Km. al norte de Atenas, era una auténtica “fábrica de sueños”, en la que, recurriendo a diversos métodos, se hacía dormir días enteros a las personas y se las programaba para que tuvieran sueños sobre su futuro.Anfiarao era un héroe y adivino que se convirtió en dios. Hijo de Oícles y de Hipermnestra, estaba emparentado con Apolo. Su ascensión a las esferas divinas la debía a sus poderes adivinatorios. Había vaticinado su propia muerte, una muerte bastante extraña: durante la campaña de los Siete contra Tebas, un rayo partió del cielo, abrió una grieta en el suelo y en ella desaparecieron Anfiarao y su carro de combate. A partir de entonces, la población beocia lo consideró un dios.
El oráculo de Anfiarao de Oropo era realmente un oráculo muy diferente a los demás santuarios del mundo antiguo, pues aquí no se vaticinaba el futuro, sino que se lo soñaba. Se trataba de un lugar muy distinguido, y sus hospederías e instalaciones de reposo atraían sobretodo a los ricos e intelectuales, que desconfiaban de los rituales de los oráculos mayores. El santuario oracular tenía el aspecto de un sanatorio mundano en el que se servía agua mineral para favorecer el sueño curativo e incluso, en los casos más difíciles, vino.
Los sueños, que los sacerdotes interpretaban con métodos “psicoanalíticos”, sustituían a la sentencia de la “Pitia” (profetisa), y, como los podían controlar personalmente, muchas personas recelaban menos de ellos que del habitual culto oracular. (...)
El consultante que llegaba al oráculo de Anfiarao se encontraba con la pulcritud propia de un sanatorio regido por religiosos. Uno llegaba en fecha acordada de antemano o había de inscribirse en una lista de espera. Como ya hemos dicho, este oráculo era muy distinguido: el faraón Ptolomeo IV y su bella esposa Arsinoe (240-204 a. De C.), el general romano Sila y su esposa Metela, políticos y poetas, todos soñaron aquí con su destino futuro, y en agradecimiento ofrendaron valiosas estatuas.
Cómo se producían los sueños.
(...) Al principio había que sacrificar un carnero en el gran altar y seguir un ayuno riguroso. Los días anteriores al sueño no se podía comer carne de cerdo, ni determinadas clases de pescado, cebollas, judías o ajo. Para beber sólo había agua.
Todos estos procedimientos seguían la teoría de la purificación pitagórica y platónica.
Tal como narra el escritor romano Plinio, los antiguos eran conscientes de que el excesivo consumo de determinados alimentos pesados y de alcohol podía influir negativamente en los sueños.
También estimaban que las alteraciones enfermizas del organismo y los estados febriles fomentaban las pesadillas, por lo que estos transtornos eran tenidos como un impedimento a la hora de elaborar un oráculo del sueño.
“Cuando el cerebro se calienta repentinamente a causa de la bilis- afirma el médico griego Hipócrates- agitándose la sangre, entonces los enfermos ven terribles figuras imaginarias, y cuando despiertan, está encendido su rostro, rojos sus ojos y sólo pueden pensar en cosas negativas”.
Por ello, el sumo sacerdote del oráculo, elegido por un año, debía de ser médico y psicoterapeuta, y además debía desempeñar el cargo de intérprete de los sueños. La base del éxito de su trabajo eran los trucos empíricos que se enumeran en los llamados papiros mágicos.
El consultante del oráculo se disponía a dormir con la intención de “soñar cualquier cosa”, pero los sacerdotes utilizaban diversos métodos con los que creían poder causar determinados sueños.
Las actuales investigaciones sobre hipnosis han confirmado esta posibilidad.(...)
Artemidoro, un famoso intérprete de sueños del siglo II d.de C, confirma indirectamente que se aplicaban algunos métodos para estimular el sueño: “Cuando quieras tener un sueño, no utilices ni incienso ni fórmulas mágicas con la intención de obligar a algo; pues resultaría ridículo que hombres sensatos negaran la realización de su deseo a las personas que exigen imperiosa y violentamente su cumplimiento, mientras que los dioses están atentos a las vehementes exigencias”.(...)
No es ningún secreto que determinadas plantas o productos derivados de éstas producen alucinaciones y que algunas, como el opio y el cáñamo, provocan sueños muy intensos.(...)
Pero una piedra sencilla o un amuleto también pueden aumentar la intensidad del sueño, pues la concentración del consultante se centra en ellos.
Un filón para el psicoanálisis.
En muy pocas ocasiones los sueños son concretos y reales, pues normalmente se trata de historias alegóricas o simbólicas soñadas que deben interpretarse correctamente.
Esta capacidad de interpretación era un arte muy respetado en la antigüedad, y los intérpretes más famosos escribieron voluminosos tratados sobre el tema.
El ya mencionado Artemidoro de Efeso publicó un libro sobre los sueños que consta de 5 volúmenes.
En ellos se enumeran, entre otros, 95 sueños que llegaron a realizarse: son todo un filón para el psicoanálisis moderno.(...)
Pero los visitantes del oráculo de Oropo no tenían necesidad de pedir consejo a estos expertos, pues el sacerdote de turno apuntaba cada sueño en una tablilla , para explicar a la persona interesada el contenido simbólico y archivar la tablilla después. Esta extraña forma de interpretar el futuro era muy popular y las dimensiones de la sala hacen creer que eran centenares de personas las que allí podían soñar a la vez.
La sala de los sueños tenia unos 110 metros de largo.(...)
Es probable que el sueño incubador sea de origen egipcio, pues en los cultos de Serapis e Isis ya se aplicaba este procedimiento. Heródoto se refiere a un faraón de la XXV dinastía, llamado Setón, (704-688 a.de C.), que cuando los árabes atacaron Egipto, tuvo que vérselas con un motín entre sus propias tropas. Desesperado, acudió al templo y se quejó de su suerte a los dioses. Estando en ello se quedó dormido y “creyó ver que se le aparecía un dios y le daba ánimos, asegurándole que no sufriría desgracia alguna si salía al encuentro del ejército de árabes, pues él, personalmente, le enviaría socorros.”
En lugar de soldados, el faraón se quedó con un ejército de buhoneros, artesanos y mercaderes, pero en el campamento de los árabes las armas, flechas, arcos y escudos quedaron inutilizados por un tropel de ratones que los royeron, de modo que los egipcios lograron ganar.
Extractos del libro “EL SECRETO DE LOS ORÁCULOS”, de Philipp Vandenberg. Ediciones Destino, 1979.