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jueves, 9 de febrero de 2012

EL CONDE DE SAINT GERMAIN...


Muchísimo se ha escrito sobre el fabuloso, enigmático, misterioso, Conde Saint Germain, el “Hombre Maravilla” que llenó el escenario Europeo en los Siglos XVII y XVIII.

Los archivos oficiales, papeles de Estado y Asuntos Extranjeros de toda Europa, contienen copiosas menciones del “Conde”, y después de su desaparición surgieron numerosas novelas y “memorias”; las primeras inspiradas por el prodigioso personaje, entre las cuales se destacan como más famosas, “Zanoni” de Bulwer Lytton, “El Conde de Montecristo” de Dumas padre y “La Pimpinela Escarlata” de la Baronesa Orczy.
Al Conde lo rodeaban dos corrientes. Una de celos y envidia porque gozaba de la confianza y la admiración de reyes, sabios y estadistas más destacados de Europa. La otra corriente, de profundo respeto y afecto en la cual participaban las órdenes esotéricas, las sociedades secretas y las sectas ocultistas de todas partes.
La primera corriente procuraba hundirlo, encarcelarlo y desterrarlo a donde fuera llegando, Tildándolo de traidor cuando más, de charlatán cuando menos, sin embargo jamás fue sorprendido en la más leve traición a la confianza que era depositada en él, ni sus “grandes riquezas” fueron jamás extraídas de aquellos con quien establecía contacto.
Todo esfuerzo para investigar la fuente de sus recursos, resultó infructuoso. No utilizaba ni bancos ni banqueros. Sin embargo, se movía en una esfera de crédito ilimitado, que jamás fue puesto en dudas por otros, ni abusado por él mismo.
Los intentos de apresarlo fracasaron siempre. El Conde se deslizaba y desaparecía misteriosamente, para reaparecer de inmediato en un país diferente.
Los escritos que surgieron más tarde, y que aún existen, no logran explicar una sola palabra de los enigmas y misterios tocantes al Conde ya que todo está basado en conjeturas, suposiciones, opiniones de la conciencia humana, sin un ápice de conocimientos esotéricos o espirituales.
La verdad sencilla respecto al Conde Saint Germain es que era un Iluminado, un Adepto, un Enviado Especial de la Jerarquía Blanca para cumplir múltiples misiones con numerosísimas obligaciones.
La historia repite a ciegas que nació el 26 de mayo de 1696, hijo del último soberano de Transilvania, Ferenez II Rakoczi y la Princesa Carlota Amadea de Hesse Rheinfels, en el castillo Rakoczi en los Montes Cárpatos.
Perseguido por Carlos VI, quien lo destronó, Ferenez II quiso proteger a su hijo el Príncipe Rakoczi, y después de haber hecho circular la falsa noticia de la muerte del pequeño, lo envió a sus dependencias de Florencia, al cuidado de Gian Gastone, el último de los Médicis.
El Príncipe era un mozo muy inteligente y adelantado espiritualmente.

A los catorce años se destacó en el movimiento franc-masónico italiano, durante el tiempo en que seguía estudios en la Universidad de Siena.

Su padre era un patriota muy querido por su pueblo. Fue desterrado en Rodostó, Turquía, donde fue rodeado por una pequeña Corte hasta que murió en 1735. El Príncipe acudió al lecho de muerte de su padre, y luego fue enviado por el Sultán en misión diplomática a Transilvania.
Poco se sabe sobre el Príncipe durante esos años. La historia húngara no la trata con simpatía cuando lo llama “hijo de una alemana, que nunca vivió en Hungría, que creció alejado de la tradición Rakoczi, como un extraño en el pueblo de su padre”, y en ese mismo año acusa (por segunda vez) su “muerte temprana”.
Es importante que el estudiante se percate bien de todas las aparentes contradicciones, para que vaya absorbiendo lo que la evidencia sugiere.
A pesar de que se manifestaba un muchacho adelantado espiritualmente, el Príncipe jamás dio ninguna prueba de las facultades que más tarde desplegó. Sin embargo, en el año 35, a la muerte de su padre, cuando lo iba a reclamar el pueblo y la Corte de Hungría, comienzan ciertos manejos extraños, que pronto iban a dar que hablar, y sin explicación posible para los testigos, por ejemplo: En los mismos momentos en que muere Ferencz II, su hijo, el Príncipe Rakoczi es visto en Holanda, estableciendo contacto con Sir Loane, Rosacruz prominente y Presidente de la Royal Society de Londres. Cuando el Sultán lo está utilizando en Turquía, el Príncipe es huésped del Shah de Persia. El Príncipe “muere” históricamente, públicamente, un año después de su padre, cuando los acontecimientos lo iban tal vez a atar a una vida oficial en Hungría, y apenas “muere” en Turquía, o en Transilvania, aparece en Escocia donde vive misteriosamente hasta el año 1745. De allí se traslada a Alemania y Austria con misiones industriales, de donde sale a estudiar alquimia en la India. No vuelve a aparecer hasta el año 58, donde establece contacto con el mariscal Belle Isle del ejército francés, pero en todos estos años ha actuado bajo los nombres de: Marqués de Montferrat, Conde Bellamare, Caballero Schoenig, Caballero Weldon, Monsieur de Surmont y Conde Soltikoff. Ha llegado el momento de comenzar su misión en París y se da a conocer por el Mariscal Belle Isle con el nombre de CONDE DE SAINT GERMAIN.
El mariscal Belle Isle lo lleva a París, lo presenta a madame de Pompadour, quien a su vez lo presenta al Rey de Francia, y comienza a desplegarse la magia desconcertante del Conde Saint Germain; desaparece para siempre el Príncipe Rakoczi, aunque la historia dice que para justificar su noble alcurnia ante el Rey, le dijo en secreto su nacimiento y procedencia, lo cual fue de inmediato aceptado por Su Majestad.
Habiendo nacido el Príncipe Rakoczi en el año 1696, cuando en 1758 llegó a París contaba sesenta y dos años. Sin embargo, representaba sólo treinta años de edad.
El mundo veía en él un joven y noble señor de modales exquisitos, de gran dignidad, de impecable cortesía. Su porte era militar, delgado y de mediana estatura. Su cuerpo era asombrosamente bien formado. Sus manos delicadas, sus pies pequeños, sus movimientos elegantes, su cabello era oscuro y fino, sus ojos pardos. Una de sus biógrafas, la condesa d´Adhemar, no se cansaba de ponderar “¡Qué ojos! ¡Jamás los he visto iguales!
Todo en él lo revelaba perteneciente a una muy antigua y noble familia. Vestía sobriamente, de corte impecable y de las mejores telas. Siempre llevaba medias de finísima seda.
Por la magnificencia de sus joyas, se le juzgaba inmensamente rico, se rumoraba el crédito ilimitado de que gozaba en todos los bancos del mundo, y se cuchicheaba el lujo fastuoso en que vivía. Se aseguraba que ostentaba dos valets de pie y cuatro lacayos uniformados en color tabaco con galones de oro. Se comentaba su gran colección de casacas que cambiaba a menudo, y hacían eco sus botones, yuntas, relojes, sortijas, cadenas; se citaba un ópalo monstruoso y un extraordinario zafiro blanco del tamaño de un huevo, lo mismo que la variedad de sus diamantes, el tamaño, color y perfección de cada uno. Sin embargo, cosa extraña, nadie podía jamás jactarse de haber sido recibido en la casa del Conde. Frecuentaba las  fiestas pero jamás lo vio nadie comer ni beber.
El Conde Saint Germain presentaba la invariable compostura, la conducta, el refinamiento y la cultura que caracteriza a los nobles de rango y educación. Todo esto unido a una fascinante conversación, una versatilidad para cambiar de tono y tema, que lo hacían siempre refrescante, inesperado e inagotable. Daba la impresión de haber viajado por el mundo entero y, sobre todo, de haber asistido personalmente a todo cuanto ha existido en nuestro planeta.
El Conde era, sin duda, un acabado diplomático, un genio artístico, un excelente músico y compositor, que ejecutaba al piano con maestría, que en el violín rivalizaba con Paganini, que cantaba con una lindísima voz de barítono, que pintaba y esculpía como los muy grandes, y que, al parecer, vivía eternamente, ya que por admisión propia su descubrimiento de un líquido especial lo había mantenido vivo durante dos mil años.
En Londres, en la casa Walsh de Catherine Street, en el año 1740, el conde publicó varias composiciones. Conocemos sólo una, un aria de su pequeña Ópera “L´Inconstanza Delusa” (La Pérfida Inconstancia), compuesta en el estilo rococó del Siglo XVIII, muy bonito, muy florido. Al final damos la dirección donde se puede encargar el disco de esta pieza, que tiene además el atractivo – y la corroboración – de comenzar con las notas tonales del Adepto, Maestro Ascendido Saint Germain, DO-FA, de la Quinta octava del teclado.
Vamos a aclarar de una vez la razón del nombre que escogió este Adepto, para figurar en aquella Misión. Por supuesto, no cabe duda alguna de que para que un hombre inteligente pudiera introducirse en la Corte más brillante de Europa, le era indispensable un bonito nombre y título nobiliario, francés con preferencia, y auténtico. Esto último tenía que ser a prueba de investigaciones. Corre el dato de que los dominios de Ferencz Rakoczi en Italia se llamaban  “de San German”. No podemos asegurarlo, ni tampoco comprobarlo, pero algo de eso hay sin duda, ya que los Maestros, teniendo el privilegio de mirar desde el pasado más remoto hasta personalmente, lo hacen ya equipados con toda la preparación necesaria. Su tarjeta de visita tenía que abrirle desde las puertas soberanas de las Cortes, hasta las más herméticas de las organizaciones espirituales, que tienen “Ojos para ver y Oídos para Escuchar”.
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