Leyenda de la mujer emparedada.
Es bastante común en muchas ciudades españolas la
existencia de leyendas sobre mujeres emparedadas. Cartagena, Puerto de Santa
María, Córdoba, la burgalesa Modúbar de la Emparedada (de verdad que
tiene ese nombre), Úbeda y muchas otras localidades guardan en su conciencia
colectiva relatos sobre mujeres a las que el machismo y la intolerancia de la
época condenó a morir de tan espantosa manera.
Casi todas ellas tienen un guión semejante: la
señora de casa noble entabla amoríos con un mozo que suele ser un criado o
incluso ¡un esclavo negro! El cornudo descubre el adulterio y manda emparedar a
la esposa y ejecutar al criado.
Sin embargo, en la leyenda de la emparedada de
Sevilla cambia bastante la historia:
En la casa número 4 de la calle Marqués de la
Mina, cercana a la parroquia de san Lorenzo, vivía Esteban Pérez, maestro
albañil. Una noche de invierno del año 1.868, llamaron a su puerta y, al abrir,
encontró un caballero cubierto con chistera y envuelto en una amplia
capa, que le hizo un encargo urgente para esa misma noche. Ante la promesa de
una buena paga, el albañil se vistió, tomó sus herramientas y subió al carruaje
del caballero. Una vez dentro, éste insistió en vendarle los ojos para que no
conociese el lugar de destino; como el albañil recelaba, el embozado esgrimió
un revólver y, poniéndolo en el pecho del albañil, dijo:
- Puede usted elegir entre el oro y el plomo.
Durante una hora larga estuvo el carruaje
recorriendo las calles de la ciudad, siendo imposible para el pobre albañil
calcular, ni siquiera aproximadamente, el lugar en el que finalmente se detuvo
el carruaje.
Fue llevado a un sótano en el que le descubrieron
los ojos y se le ordenó levantar un tabique ante una hornacina. Aterrado,
comprobó que en el interior de dicho hueco había una mujer sentada en una
silla, atada y amordazada. Ante el titubeo de Esteban, el cañón del revólver se
clavó en su costado, oyendo de nuevo la frase:
- Puede usted elegir entre el oro y el plomo.
No fue la promesa de dinero lo que hizo que el
albañil levantara el tabique, sino el miedo a que un individuo tan peligroso
hiciera uso del arma.
Terminado el trabajo fue amenazado de nuevo con la muerte si contaba lo
sucedido. Le vendaron los ojos y lo llevaron a su casa. Una vez en ella,
Esteban se acostó, pero el espantoso encargo no le dejaba dormir; aún veía los
ojos de la emparedada suplicándole ayuda. Despertó a su mujer y le contó lo
sucedido y, tras una breve discusión, se vistieron y presentaron ante el Juez
de Guardia. Éste le tomó declaración y, aunque el albañil no sabía el recorrido
que realizó el carruaje, sí recordaba que cada cuarto de hora sonaba la campana
de una iglesia cercana. La pista fue definitiva: en toda Sevilla, la única
iglesia con reloj que marcaba los cuartos era la de San Lorenzo. Al parecer, el
coche había dado vueltas durante una hora para volver al punto de partida. Con
este indicio y otros detalles que recordaba Esteban sobre el sótano,
encontraron rápidamente el lugar y lograron rescatar a la mujer emparedada sana
y salva, que resultó ser hija de los dueños de una conocida confitería de La
Campana.
El culpable del terrible suceso era su marido, un
hacendado cubano propietario de plantaciones de caña de azúcar, que en un
ataque de celos la emparedó, siendo detenido por la policía cuando intentaba embarcar
rumbo a La Habana.Finalmente, resultó no ser cierta tal afirmación y que
el origen de su fortuna estribaba en su oficio de verdugo en la capital cubana.
Desde ese cargo, y aprovechando la revolución, se dedicaba al chantaje a
personas acaudaladas, a las que amenazaba con denunciar falsamente si no le
pagaban el dinero solicitado.
Afortunadamente, y a diferencia de otras muchas
leyendas sobre mujeres emparedadas, la de Sevilla terminó felizmente,
salvándose la dama y siendo ejecutado el culpable.