He aquí a tu Madre…
No ha podido parar de llorar.
Ha visto como mataban a su hijo, no se ha separado de el, hasta el final, incansable al pie de la cruz.
¡Ojala hubiera podido cambiarme por el!
Ahora regresa del sepulcro, desolada, con la mirada perdida en la oscuridad de la calle Cuna.
Ahí tienes a tu hijo…
No va sola, Juan la acompaña, la va a acoger en su casa.
Trata de consolarla, pero su Amargura torna en monologo ese eterno dialogo.
Ella siempre ha guardado todo en su corazón.
Ni siquiera una saeta, Solea dame la mano, o el canto de unos Ángeles que salen a recibirla a su paso disipan por un segundo el inmenso dolor que le anuncio Simeón….