Los salvajes, el descubrimiento de otras realidades
Cuenta Cristóbal Colón en sus diarios que al arribar a Guanahaní, al amanecer
del día 12 de octubre de 1492, y bajar a tierra para llevar a cabo la toma de
posesión de la isla, muchos nativos se congregaron y realizaron intercambios de
pequeños objetos con los recién llegados.
Era el primer encuentro entre dos mundos que iban a
chocar irremisiblemente y que, más adelante, acabarían coexistiendo con mayor o
menor éxito durante siglos.
Aquel momento en el que los primeros españoles
pisaron el Caribe y se encontraron con los ‘indios’ debió ser un hecho único y
trascendental, puesto que inauguraba una experiencia colonial cuyas huellas
modificarían profundamente la cultura de ambas partes implicadas.
De hecho, así lo transmiten las primeras crónicas
españolas, en las que se hace patente la sensación de absoluta novedad, de
virginidad intelectual, que experimentaron los pioneros de la conquista.
Hay que pensar, sobre todo, en el hecho de que no
tenían referencias con las que comprender lo que veían, las exóticas realidades
que se abrían ante sus ojos.
Así que, oscilando entre el miedo y la fascinación,
recurrieron a su imaginario colectivo, y buscaron en el acerbo cultural de su
tiempo asideros con los que construir una imagen del Nuevo Mundo y, sobre todo,
de sus habitantes.
Así fue como los salvajes tomaron forma. No porque
existieran verdaderamente y fueran aquellos indígenas que encontraron Colón y
sus hombres, sino porque ya habían sido creados mucho antes en la cultura
occidental; porque estaban en la mente de los expedicionarios quienes,
sencillamente, creyeron haberlos descubierto.
El concepto del salvaje que se había generalizado en Europa durante
A su vez, lo salvaje estaba relacionado con lo
bárbaro porque eran dos niveles de civilización, si bien entre ambos se
establecieron diferencias sustanciales. Mientras que la barbarie tenía una
dimensión fundamentalmente política, el salvajismo comportaba un significado
moral y se entendía como un estado en el que cualquier individuo podía caer si
se alejaba de la civilización.
Los investigadores que han tratado la génesis del
concepto de salvaje en la civilización occidental han tendido a restringir su
análisis a la cultura clásica y al judaísmo, olvidando que anteriormente
aparecen estereotipos muy similares a los de estas tradiciones.
En los mitos sumerios destaca el personaje de
Enkidu que es descrito como un hombre con rasgos bestiales y cubierto
enteramente de pelo.
Por otra parte, también existió una visión mucho más minoritaria, a la par que
positiva de la figura del salvaje; se trata del ‘buen salvaje’, que se inicia
en el siglo XVI y alcanza su mayor auge en el siglo XVIII, y que llevó a
plantear la bondad de los ‘hombres salvajes’ como conservadores de la pureza
original de la humanidad. Según esta idea no serían monstruos horribles, sino
seres humanos primitivos que desconocían la tecnología y la cultura, pero que
en su simplicidad no eran capaces de hacer ningún mal.
Así pues, lo más probable es que los españoles que descendieron aquel 12 de
octubre de
Esto explica, aunque para nada justifica, muchos de
los comportamientos de los españoles hacia los indígenas. Y es que, eligiesen
la opción que eligiesen, la del ‘buen salvaje’ o la del monstruo bestial y
degenerado, el habitante del Nuevo Mundo quedaba siempre confinado a una
categoría inferior. O era un ser maligno al que había que dominar, o una
criatura ingenua que no conocía la verdad y a quien había que enseñar a vivir
en sociedad, con lo que su papel no cambiaba sino en las formas de recibir el
poder de los conquistadores.
Primeros indios que encontró Colón, grabado de siglo XVIII, Biblioteca
Nacional, Madrid
Revista Memoria, Historia de cerca, nº XXXI.
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