Ubicación: Cuenda (ciudad)
En la plaza Mayor de la ciudad de Cuenca, tras cruzar los arcos del Ayuntamiento, nos encontramos con el convento de las Petras, que data de 1509, en conjunto con la iglesia (siglo XVIII), y la catedral, cuyas obras comenzaron en el año 1183 por petición expresa de la esposa -Leonor de Plantagenet- del rey Alfonso VIII.
Son muchos los tesoros que encierra este edificio sagrado, aunque hay una anécdota interesante relacionada con el famoso San Julián de Cuenca.
Este buen hombre fue un milagro en sí, ya que todo a su alrededor parecía tener la gracia divina.
Fue ordenado sacerdote a los treinta y ocho años, y posteriormente Alfonso VIII lo propuso como obispo de Cuenca en sustitución de Juan Yáñez.
Se decía que, cuando faltaba la comida, el santo oraba y se llenaban milagrosamente las despensas.
Un día, con gran necesidad de alimento, se plantó a las puertas del obispado una recua de acémilas sin que nadie las condujese.
Allí dejaron caer sus costales repletos de alimentos; una vez fueron recogidos, los misteriosos portadores desaparecieron sin dejar el más mínimo rastro.
En otra ocasión muy nombrada y reconocida, junto con su vicario San Lesmes, confeccionaron unos cestillos con el fin de venderlos.
Resultó que los cestillos eran milagrosos, ya que todo aquel que poseía uno sanaba de sus males, e incluso se decía que curaban la peste.
Una de las curaciones más notables fue precisamente la de Constanza de Aragón, hija del rey Alfonso de Aragón, que padecía diversas enfermedades desde los catorce años.
Tras tener un sueño en el aparecía San Julián con sus cestillos, adquirió uno y así fue milagrosamente curada.
Se dice que los cestillos actuaron como una representación del Santo Grial y que la magia contenida en éste se había manifestado a través de estos singulares recipientes de mimbre.
P. Amorós.